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#ConLetradeMédico

Siempre voy a toda velocidad, como el ciclista, y por eso termino perdiendo momentos, personajes, reflexiones y algo de vida.

A partir de ahora empiezo a bajar la velocidad escribiendo, cada vez que pueda, #ConLetradeMédico

En una hoja, en una pared, en el piso o en un tablero, con letras que traduzcan #Microvidas, conversaciones aleatorias o frases mías o de otros, escribir como espacio de reflexión, de pausa y de reencuentro…

Y es que cuando no estoy perdido me andan buscando…

#ConLetradeMédico 1

Mil muros

En 2006 vivía en Barcelona, estudiaba de día y trabajaba en las noches en un restaurante en la zona de Gracia. Cuando salía en la madrugada ya todas las tiendas y locales de la zona ya estaban cerrados y en sus esteras y puertas resaltaban excelentes graffitis que a la luz del día muy pocas veces se podían ver.
 
A partir de ahí empecé a fotografiar con la cámara o celular que tuviera a mano todo el arte urbano que me tropezaba por la ciudad condal y lo volví una costumbre. Desde entonces en cada ciudad a la que voy trato de capturar la mayor cantidad de fotos de todo tipo de expresiones pintadas en los muros…

El arte urbano para mi es un termómetro de las expresiones, culturas y narraciones de cada ciudad, capturo todo, desde increíbles murales de gran formato hasta tags (firmas) sin mayor sentido, creo que cada uno de estos graffitis dice algo de quien lo hizo… Continue reading Mil muros

Nuestras batallitas…

– Mi primo estaba borracho en la casa, llevaba como tres días bebiendo y se le dio por hacer lo que hace siempre que está borracho: hacer tiros al aire.

Siempre que bebía le entraba ese afán, pero ese día se le acabó la suerte. Llegaron unos policías, le pidieron que bajara el arma, no la quiso bajar y los policías pensando que les iba a disparar le metieron 6 tiros. Hasta ahí llegó. Una esposa y dos niños dejó. 

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Juan hace un gesto de tristeza y termina de empacar las verduras. La clienta hace un gesto de desconcierto y le da el pésame.  No se imaginó, ni de cerca, esa respuesta cuando le preguntó la razón por la que no lo encontró la vez anterior.

El vecino de puesto se ríe con un fuerte escándalo cuando Juan termina su historia:

– Ahí está el negro con sus cuentos. cada semana tiene uno nuevo…

Dos callejones mas adelante Ernesto sigue las indicaciones de Blanquita y guarda una tras otras las frutas que cada cliente pide.

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– La vez pasada me llegó Don Luis, un viejo cliente, al puesto, lo saludo y me pregunta que cómo va todo y le respondo, “Bien, acá trabajando como negro”.

Carajo, se me olvidó un pequeño detalle, Don Luis es del Chocó y es negro como el carbón, que pena tan grande, no se la imagina. Se lo juro, yo no quería ofenderlo, ahí tiene uno por andar de loro repitiendo frases…

Terminamos de hacer mercado y nos vamos para casa con nuestras verduras, nuestras frutas y dos nuevas historias mínimas.

No hay duda, no importa cual sea nuestro oficio, raza o condición social, todos queremos que alguien nos escuche nuestras historias, nuestras batallitas, nuestra vida…

Yelinca, mi esposa, es la clienta a quien le cuentan las historias; ella es ingeniera y no tienen nada que ver con medios, comunicación,  ni periodismo pero tiene una capacidad impresionante para que la gente quiera contarle cosas.

Por eso cada vez que puedo aprovecho y me pongo a su lado para escuchar -de rebote- buenas historias, buenas batallas…

Un mal poeta…

Dos monjes van caminando con su atuendo típico por toda la carrera séptima, arrastran un carrito de balineras donde llevan una lavadora que se nota tuvo mejores épocas; me los quedo mirando intensamente, uno sonríe al sentirse observado, el otro aprieta el paso pues quiere llegar rápido al técnico donde llevan la lavadora.

La ropa sucia no siempre se lava en casa…

Saco la cámara y al intentar tomar una foto se bloquea, hubiera sido una #microvida excelente; pero no importa, es uno -otro- de esos recuerdos que deben quedarse dando vueltas en el limbo mental de las historias por contar y capturar..

Me doy cuenta que se me hace tarde para una reunión, ahora soy yo quien aprieta el paso. Unas calles más arriba un mago le pide a un joven del improvisado público que saque una carta y la muestre a los demás. El accede con pereza y sin mucha energía. El mago sonríe, le da una palmada en la espalda y le dice:

– Despierta muchacho, que la vida es corta y la magia la creas tu mismo…

Yo sigo caminando y sólo puedo pensar que, casi siempre, la mejor parte del truco es no entender que es lo que tiene el mago en el sombrero.

vida realHace unos años escribir me salvó la vida, me dejó expresar y sacar de adentro ideas, dolores, alegrías y más de un tropezón; escribir y contar mis imágenes mentales diarias me permitió seguir pedaleando, caminando, tirando pa’ lante.

Hace un tiempo la rutina, los afanes del día a día y mil y un excusas más me tienen distanciado de esta manía salvadora.

Por eso hace un rato empecé a escribir, escribir sin pensar, escribir, borrar, escribir, borrar, buscar viejas ideas, reciclar, escribir, borrar, escribir, y así hasta que lo escrito tuvo cierta coherencia…

Cuando leí los párrafos uno detrás de otro recordé que tengo un mal poeta bien dentro, quiero, intento más bien, hilar historias y buenas narraciones alrededor de lo que me ocurre y a veces estas se quedan en puros pataleos de ahogado.

Afortunadamente nuestras obsesiones son eso: Nuestras. Nadie tiene que entenderlas…

¿Microvidas?

Las #microvidas han sido -como casi todos los contenidos en foto, video o texto que creo- un salvavidas…

Obligarme a estar atento, con los ojos abiertos y buscando una nueva narración en cada esquina en una ciudad como Bogotá es algo que le agradezco a este proceso creativo que ya va para dos años.

Ya voy por la 259 de 365 y espero poder finalizarlas durante este 2015.

La forma mas sencilla que he encontrado para bajarle el ritmo y la velocidad a cada día  (y a mi cabeza) es observar.

Sea con la cabeza o sea con la cámara.  Da igual.

Cada uno de estos fragmentos dentro de su simpleza son un retrato de la época en la que fueron capturados, una mirada a mi yo más íntimo como narrador, todo un álbum de recuerdos en movimiento; todo un mapa de recuerdos de estos años, un modo de recordar y recordarme…


 

Jackie

Jackie era alta, tenía el pelo rizado y un rostro redondo y lleno de expresión que iluminaba cualquier sitio donde llegará con una simple sonrisa.

Jackie era periodista, me dicen que muy buena y aplicada, le gustaba la radio y su voz al parecer era melodiosa y agradable.

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No he visto, leído o escuchado nunca ninguna de sus historias, de hecho en mi cabeza sólo hay una única imagen, un único recuerdo real con ella y aunque quisiera tener más sólo tengo este, sencillo, simple y casi vacío…

Fue por allá en 1985, en un restaurante en el Edificio Iroka de mi Santa Marta natal. Había unas sillas rojas de madera forradas en plástico muy altas, tan altas que separaban cada mesa y sus ocupantes, creo que había gente alrededor pero no estoy seguro ni me interesa….

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La memoria y los  recuerdos suelen ser  borrosos, sólo sé que en este hay un restaurante de sillas rojas, ella, yo y una hamburguesa, no sé o más bien no recuerdo que me contó, de qué hablamos o qué hizo, pero sé que reíamos, si,  sé que reíamos sin parar una y otra vez.

Jackie o Jaquelin era mi tía materna, ella murió hace muchos años -29 para ser más exacto- en un absurdo accidente de tránsito en la carretera de Barranquilla a Santa Marta cuando volvía con un grupo de colegas de cumplir con un trabajo; yo apenas tenía 5 años y aún así la recuerdo como alguien especial, como alguien que me quiso, que me dio todo su cariño y amor siempre que pudo.

Hoy en particular si estuviera viva cumpliría 52 años y escarbando en mi memoria, en mis nostalgias, en mis recuerdos apareció ella, aparecieron esas sillas rojas, aparecieron esas risas…

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Creo que para narrar necesitamos tres cosas: Intuición, técnica y emoción; no sé porqué, pero siempre he sentido que a ella le debo gran parte de la emoción que soy capaz de conseguir y de explorar, que de una forma extraña ella ha sido quien me ha guiado por este camino de ver, observar, mirar y sobre todo contar…

Nos contamos desde lo que somos y vivimos, pero sobre todo desde lo que recordamos…


 

Bogotá Visual

En el año largo que llevo viviendo en Bogotá no he hecho otra cosa que capturar imágenes en cada calle que paso.

Voy por cada calle, callejón o zona verde con la cámara del celular siempre lista a capturar lo que sus personajes y espacios me dan… 

Tengo varias cámaras profesionales pero me he dado cuenta de que la única forma de crear una verdadera línea de tiempo es apostándole a la cámara del celular, la que siempre cargamos, la que va con nosotros a cada esquina. 

A veces miro hacia arriba, a veces al frente, a veces de lado, no importa el ángulo, el encuadre o que tan enfocada esté, lo importante al final es la historia -de otros o mía- que hay detrás de cada imagen.

No pretendo dejar otra cosa que una línea de tiempo de mis propias memorias visuales, de mis encuentros cotidianos, de todo lo que veo, observo, miro…

Así van las microvidas

Puedes ver todas las imágenes de estas 365 #microvidas en http://365microvidas.tumblr.com

 

 

Las veces que me han robado

(Afortunadamente) no nos quedó la anécdota de impacto, esa anécdota amarillista en la que uno cuenta con voz temblorosa – quien quiera oir y a quien no –  que dos o tres Pedros Navaja (matón de esquina) le pusieron una pistola en la cabeza o un cuchillo en la garganta.

No, la historia es más sencilla. Estábamos almorzando en el 2do piso de una casa después de una mañana de intenso rodaje de la segunda temporada de El Laboratorio de Uni5 TV en locaciones en Salgar y Puerto Colombia y mientras tanto los amigos de lo ajeno (bonita analogía), hacían de las suyas rompiendo el seguro de la ventana de la camioneta van en la que nos desplazábamos y se llevaba un par de maletines con monitores, micrófonos inalámbricos, lentes fotográficos, celulares, filtros, cables, hasta un chaleco de producción de Uni5 TV se llevaron (¿que pueden hacer con eso? ¿una linda falda?).

Después lo de siempre, llamar a la policía, patrullas de motorizados que vienen, hacen el amague que dan una vuelta por el pueblo “a ver si ven algún movimiento”, poner el denuncio en una inspección de pueblo, en la que un inspector (de pueblo como no), barriga prominente, bigote veloz y mucha, mucha parsimonia procedía a tomar los datos correspondientes del “suceso” para dejar constancia del mismo y poder hacer todas las vueltas que correspondan para el seguro de los equipos del canal (que lo que son mis lentes y demás equipos personales si que el cielo los guarde y de para ellos luz perpetua).

Nada que hacer, se sigue pa´delante, llorar sobre la leche derramada es de esa actitudes que nunca me doy la oportunidad de tomar y aunque  a veces dan ganas porque creo que seguro serían un respiro para el alma, de sólo imaginarme en el plan de víctima, del “pobrecito yo y mi mala suerte”, se me quitan.

Ahora son las 4 am, me acabo de levantar después de dormir casi 8 horas de seguido, raro muy raro en mi, de recuperar energías del cansancio de rodaje, del stress de las diligencias después del robo y en medio del desvelo que veo venir me quedo en mi cama pensando, como por no dejar, recordando… las veces que me han robado.

La primera vez que me robaron tenía 17 años, estaba en primer semestre de carrera y estaba haciendo unas prácticas vacacionales en el Noticiero Televista de Telecaribe. Era día de paro de transportes, salí a la 1 de la tarde del canal con la seria (e ilusa) intención de tomar un bus en la cra 54 con 75, craso error, no había un alma en la calle, faltaba el cardo pasando cual película del lejano oeste. Pasó un carro con varios tipos que se quedaron mirando lentamente hacia mi, mientras yo, ensimismado, miraba el celular, estreno reciente, un Nokia 2110 engallado (el mal gusto brillando sin ausencia) con una magnifica carcasa color amarillo pollito. El carro siguió de largo, eso creía yo al menos, y a pocos minutos se acercó un tipo, joven, como de mi edad, y me preguntó si pasaban buses, le respondí sin mirarlo que nada, que llevaba como 15 minutos esperando y nada que pasaba ninguno. La siguiente imagen que viene a mi es el mismo tipo, nervioso, poniéndome una pistola en la cabeza, y diciéndome tembloroso que pilas, que le diera el teléfono. No sé si estaba más asustado el o yo. El tipo se le notaba la inexperiencia en esas lides y eso es peligroso, a mi también se me notaba la inexperiencia como atracado por lo que fácil, fácil me han podido pegar un tiro de gratis y para pagar en cuotas. Al final entregué el aparato, el tipo corrió y a se montó en el carro que había pasado antes frente a mi que estaba estratégicamente parqueada y a la espera a al vuelta del paradero de bus. Ladrones 1 Alejandro 0.

La segunda vez que me robaron fue un par de años más tarde. Iba caminando por la 43 con 92, típico domingo currambero sin un alma en la calle, iba hacia donde amigas a pasar la tarde echando cuentos, mi pinta: bermuda playera, sandalias, camiseta, cartera en el bolsillo, celular en la mano. Ya cargaba un Nokia 5120, el de la culebrita, el de moda en esos días. Cuando pasé la 43 vi un tipo sentado muy casual en una acera. Después del primer robo ya uno queda curado en salud y evita, se vuelve un poco paranoico y empieza a ver ladrones donde no los hay, monjas, un Boy Scout o un bombero pueden parecer fieros atracadores después que dejamos que la paranoia entre a nuestras cabezas. En fin, que me cambié de acera y seguí caminando, en eso, paso ágil y veloz el tipo se levanto de la acera, desenfundó revolver y en 3 pasos estuvo frente a mi, tan rápido que no alcancé a hacer ningún movimiento. Mierda. cero y van dos veces que me ponen un revolver en la cabeza. Peor, cada vez es distinta, esta vez no sé por qué carajos, adrenalina, el hecho de que el celular fuera nuevo, estupidez, no sé bien, pero empecé a forcejear con el tipo, le pedí que por favor no se llevará el celular que no era mío (si, claro, como si a ellos eso les importara). Total que ahí estaba yo con un tipo aceleradisimo, con un revolver en la mano, un revolver que apuntaba hacia mi que no es lo mismo y mi cabeza que no paraba, no sé porqué el tipo no me disparó, no sé si la situación estaba tan grave que ni para balas tenía, no sé si la pistola era de verdad o un simple poema visual, no sé si el tipo no era tan pendejo de meterse en tremendo lío por un celular cuya mayor virtud era un juego de culebritas, total que en un descuido alcancé a empujarlo, le pegue un golpe en el pecho, el retrocedió, se volteo, me pegó con la cacha del revolver en el brazo (el morado duró 10 días en irse) y se fue corriendo. Después me senté en la acera y quedé sudando frío como 10 minutos. Podría no estar echando el cuento ahora. De ahí al CAI más cercano a avisar y listo. Ladrones 1 Alejandro 0 (acá hubo empate técnico).

Pasaron varios años, algún intento de atraco hubo pero nunca pasó nada hasta que en el 2004, del otro lado del charco, en Madrid, volví a caer. Esta vez si fue crónica de un robo anunciado y es, sin dudarlo, total culpa mía. Salí de fiesta, de marcha madrileña con el combo de amigos de la maestría. Cerveza que va y que viene, roncito cola que sube y que baja, ay, que sube y que baja, en fin, noche de festejo y desorden. A las 5 am, con unos tragos de más y de menos, no en tres quince sino en seis treinta me fui hacia el metro, entré a la estación de Atocha a esperar el tren que me llevaría a casa. El tren a esa hora demora lo suyo en pasar así que me acomodé en una de las bancas a esperar. Paso un minuto, pasaron dos, al tercer minuto se cerraron mis ojos. Pasaron varios minutos más, ni idea cuantos, cuando abrí los ojos había dos policias a mi lado. Me preguntaron que hacia donde iba, les dije mi parada y me dijeron que ese tren era en la vía del frente. Crucé las escaleras bajo la mirada escrutadora de estos policías (¿envidia por mi “alegría”?) cuando llegué del otro lado metí mi mano al bolsillo para ver la hora en el celular y, sorpresa, no había celular y había un hueco enorme en mi pantalón,  miré el bolsillo de la cartera, ahí estaba mi cartera, con pocos euros pero ahí estaba, en ese bolsillo había un inicio de corte que fue interrumpido. Me acerqué corriendo a los policías y me miraron sonriendo (La venganza es un plato que se sirve frío, habrán pensado). “Eso son los marroquíes y los rumanos, van dando vueltas por todas las paradas de metro a estas hora para ver a que borracho le sacan sus cosas cortando sus bolsillos con una navaja. Dé gracias que no se despertó, en esos casos optan por clavar la navaja en la pierna del borracho y correr” Ay mamá. Gracias San Miguel (la cerveza), gracias Mahou, Gracias Ron Bacardi… Ladrones 2 Alejandro 0.

Y el último, antes del de hoy, fue hace poco, creo que alguno supo, fue en mi anterior apartamento, como dije en ese momento “pasé todo el día por fuera de mi apartamento, al mediodía fui a almorzar pero no me acerqué por la zona de la biblioteca, llegué en la noche y quise ver un programa en la TV y mi LCD no estaba, tampoco estaba mi guitarra -si, esa que nunca he tocado, la que está sin cuerdas- aparte de esos dos elementos no faltaba nada más. Se metieron los ladrones, peor se metieron en plena madrugada y se llevaron lo que había en la sala, la zona más cercana de las ventanas por donde, creo, entraron los cacos (los hijuecacos mejor dicho).¿El TV? se comprará otro, ¿la guitarra?, bahhh ya tendré otra excusa para no aprender a tocarla, pero y el miedo, el miedo en los huesos, la paranoia, quien me la quita, ya tengo un bate cerca, ya puse una navaja al lado de la cama, es igual, ellos, los hijuecacos, siempre juegan con la ventaja de la sorpresa.” Ladrones 3 Alejandro 0.

Este robo también tiene versión audiovisual, como no…

Con el robo de hoy el resultado es ladrones 4 Alejandro 0, hasta ahora van ganando, van goleando. Afortunadamente siempre lo he tomado con la filosofía de que al menos no ha pasado nada más grave, no ha habido desgracias que lamentar más allá de pequeñas (o grandes) perdidas materiales, en un estado ideal este contentillo no debiera existir. En un estado ideal nunca deberíamos ser paranoicos ni vivir con el miedo en los huesos. Pero es el que hay.

Al menos las ideas, las ganas, la pasión por hacer cosas no las cargo en el maletín, así que vengan, vengan a robarmelas a ver si pueden hijuecacos…

 Como siempre, escribir es un buen catalizador.

Y a ti, ¿te han atracado? ¿se te han metido a la casa? ¿cómo has reaccionado en esos momentos?